Comentario
El último tercio del siglo I d. C., la fase flavio-trajanea, marca el nexo de unión con las fórmulas del siglo II d. C. El retrato masculino, alentado por los patrones imperiales de Vespasiano y su dinastía, revalorizará la tradición latente tardorrepublicana pero impregnada ahora de un aire más refinado. La nueva lectura que se efectúa de los patrones iniciales motivó la clasificación retrasada de interesantes obras hoy correctamente datadas. Buen modelo de esta reinterpretación es media cabeza masculina emeritense, en la que observamos los rasgos mencionados. El conocido busto-retrato masculino sobre peana de la Condesa de Lebrija, hoy en el Museo de Sevilla, encarna la corriente innovadora flavio-trajanea.
Los retratos femeninos continúan ampliando los esquemas decorativos julio-claudios, adaptándose a los modelos nuevos flavios. El peinado incorpora el peculiar nido de avispa o banda de rizos sobre la frente profusamente trabajada a trépano. Estilísticamente los retratos crecen en pictoricismo por los buscados efectos de luces y sombras. La cabeza en bronce de Ampurias constituye una magnífica muestra de lo que supondrá la nueva estética flavio-trajanea.
En los géneros menores, concretamente en la serie de terracotas hispanas, debió asentarse con éxito el modelo flavio-trajaneo a juzgar por el elevado número de estatuillas que se peinan al gusto de la época. Parece aventurado creer que estas piezas, realizadas en serie del molde, posean la categoría de retrato. El desarrollo del tipo cerámico denota que los patrones escultóricos en piedra conformaban un nutrido grupo, y que éste trascendió a las esferas populares artesanales.
El cambio de centuria va a ser testigo de una transformación del formato del retrato, iniciándose los tipos monumentales en relieve: altares, estelas y placas-relieve. Además también documentamos bustos-retrato sobre peana, sea pieza unitaria todo ello, sean ambos elementos trabajados aparte.
Durante el siglo II d. C. los retratos de particulares comprobarán interesantes transformaciones morfológicas y estilísticas. La primera parte del siglo, la fase adrianea, está dominada por la predominancia de los modelos oficiales, en los que se advierte predilección por el clasicismo peculiar del momento mezclado con notas de acompasado efectismo. Los detalles decorativos de los peinados femeninos y masculinos abundan: diademas de cabello, ensortijados bucles y barbas recortadas, forman, ordenadamente, las novedades iconográficas. Otro elemento a destacar es el trabajo de pupila e iris. No faltan retratos con el globo ocular trabajado antes de la etapa adriánea, pero es durante este momento cuando se generaliza. La incorporación de un punto referencial en la mirada confiere a la cabeza proximidad al espectador. Frente a la disminución del número de retratos exentos, la estatuaria ideal de raigambre helenizante se incrementa considerablemente. Los pocos modelos particulares, caso de un retrato infantil femenino emeritense o el retrato también femenino de la Colección Aracena, no desdicen de las obras metropolitanas. En la producción oficial los trabajos son de elevada calidad; sirva de muestra el busto de Adriano de Itálica.